Despedidas
El tema era la sinestesia, o la evocación de los sentidos. Lo escribí el 11 de abril de 2024 y creo que estaba bastante enfadada, a la vista del resultado, aunque nadie ha sufrido daños con la escritura del relato; no está basado en hechos reales, y a pesar de que los que me conocen puedan reconocer a algunos de los personajes, cuyos nombres son ficticios, debo decir que cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia.
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En los primeros capítulos de Cuéntame el personaje de Herminia era la la viva imagen de mi abuela Candelaria, con su bata, su rebeca y sus alpargatas, entrada en carnes, resolutiva y sensata, y dotada de un idéntico sentido del humor al del personaje de la serie. Tal vez por eso me decía que me iba a dejar toda la herencia, pero era mentira o tal vez nos lo decía a todos.
De la misma manera, durante muchos años, cualquier anciano con boina, o andando con las manos entrelazadas a la espalda, era el abuelo Antonio, del que no me pude despedir, porque cuando murió de repente yo estaba de viaje (qué casualidad, murmaraba la gente) y del que el duelo fue un proceso largo. El perfume de su colonia o el de su after shave me llevaba hasta él. Sin embargo, no tuve nada que ver con lo que le pasó; su muerte me pilló totalmente desprevenida.
Lo de la colonia me pasa con más gente. A veces la sinestesia es de tal calibre, que me genera incomodidad.
Subo en el ascensor con un vecino que lleva la misma colonia de mi ex marido y necesito salir corriendo de allí. Hay que esperar cuatro años hasta la declaración de fallecimiento de una persona desaparecida. Realmente no sé qué pasó con Paco; ya estábamos divorciados, y aunque el plazo para empezar los trámites de la declaración de fallecimiento y la apertura del testamento vencen pronto, ni un reproche se me puede hacer, por más que tenga que soportar miradas recelosas, que me acusan en silencio: Tú sabes dónde está, zorra.
Y ahora tú, papá. Nada hacía presagiar que fueras a morirte. Es verdad que cada vez estabas más achacoso, que habías perdido mucho peso y tenías bastantes goteras... Pero el médico no les daba mucha importancia. Solo que tú te querías morir.
Así, que esa llamada inesperada de mi hermano Alberto, diciendo que te habían ingresado el día anterior, y habías fallecido esa mañana... dejó a todos helados.
- ¡Pero que dices, Alberto, hijo!- Escuché a mi madre decir por teléfono, desde el otro lado del pasillo y ... sonreí.
El caso es que desde que te fuiste te veo a menudo, siento un escalofrío cuando me cruzo con un señor que debe de vivir cerca de la oficina... tiene tu misma complexión física y ese gesto de perplejidad que se nos dibuja en la cara a los que no tenemos muy bien graduadas las gafas. Hasta se peina igual que tú. Hacia atrás. Y el escaso pelo que le queda también es completamente blanco.
Tu sombra me acompaña desde el fondo del espejo, aunque la coleta tirante peinada hacia atrás sea negra veteada de gris, y no blanca, como era tu pelo los mismos ojos inquisidores que bebieron el veneno que vertí en la copa me interrogan.
-Es nuestro secreto. No se lo he dicho a nadie. Encendí una vela, como me pediste... - Susurro cuando me miras...
Otra noche de pertinaz insomnio. Una duda me asalta con cada muerte:
-¿Este remordimiento también pasará?
ResponderEliminarEl tema de esta semana eran las sensaciones, la evocación a través de los sentidos, como la magdalena de Proust.
Vaya dama perversa, no se le ponía nada por delante. Muy bien. (Soy Fernando. He intentado cambiar lo anónimo pero no he sabido.)
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