Doble cara
Me llamo Serguei. Tengo 25 años y veraneo todos los años en la Costa Dorada, en Salou. Hablo bastante bien español. No volví a casa, a San Petersburgo tras las últimas vacaciones. Me habían llamado a filas.
Lo entiendo, ahora no se puede parar la guerra. Pero no quiero ser yo.
He perdido mi plaza en la universidad y no sé nada de mi novia, de mi familia ni de mis amigos.
Hasta noviembre no fue difícil. Encontré trabajo como peón de albañil, me rapé la cabeza y me dejé barba. He tenido que buscarme una nueva identidad. Soy un proscrito. En Rusia solo me espera la cárcel o la guerra.
El invierno, aunque metereológicamente podría ser mi verano, ha sido más duro. Estoy aprendiendo catalán. Así no pensarán que soy ruso. A veces digo que sí, que una pareja española me adoptó.
Pere y Susana se llaman. Añado capas a la mentira. Es una novela. Pero me siento de cristal. Transparente. Fragil. Culpable. Roto.
Soy Alexei. Acabo de cumplir 18. No me queda nadie. Deambulo por el día hasta el toque de queda y cuando suenan las sirenas al anochecer me refugio en la estación de metro más cercana hasta que amanece. Mañana me alistaré. Seré uno menos en el refugio y uno más en el frente.
El tema del relato era el planteamiento de un dilema; a favor o en contra de la guerra, y reflejar las dos posturas
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