El diario del hombre araña
Dia 1.
La lechera frena. Se
escucha un chirrido de puerta metálica y el cri
cri de los grillos en el secarral. Pasamos otra verja. Desde la ventanilla leo en un muro de ladrillo: “Centro penitenciario Madrid I”, en letras mayúsculas atornilladas
a la pared.
Me han traído aquí
porque esta cárcel es para jóvenes.
-Para que no me institucionalice, dice el
juez.
No se qué quiere
decir, pero vaya puta mierda, mi madre y mi novia, la Rosa, van a tenerse que
hacerse 300 km en el bus para venir, así que me voy a comer los mocos, fijo que
no vienen.
El segurata de la
garita que levanta la barrera y nos deja pasar saluda con la cabeza al madero
que conduce. A mí no. Soy invisible.
Me quitan la cartera,
mi ropa, y el móvil, me obligan a ducharme y
me cachean en bolas.
- Pero que voy a llevar, ¡que no llevo nada!
¿Qué creéis? ¿Que llevo droga en el culo? ¡Que estaba robando una tienda, ostia!-Me
revuelvo.
Me dan con una porra
en los huevos. Cuando me calmo y me visto
me dan una tarjeta para gastar en el
economato. Me explican que se llama
peculio. Después, me toman las huellas y
sacan fotos de mi careto, de frente y de perfil. Como en las películas pero sin sujetar un
número con las manos, aunque me he enterado de que si tenemos número, y que es
como el DNI. Desde que entras al talego
tienes uno pa los restos. El mío es el
10550. Ya soy un borrego más.
Luego, me llevan al
módulo de ingreso, que es como las cárceles de las películas, con una reja en
la puerta. Me tienen que ver el
psicólogo, el médico y el asistente social.
Tardo en dormirme, porque estoy atacao, la cama es muy pequeña. Los muelles se me clavan y estoy acojonao, pero
al final me quedo frito.
Día 2.
Hoy me ha visto el
loquero, que dice que estoy perfectamente, aunque soy un nervios, y que escriba
todo en un diario,-esta mierda- y el médico.
A sus preguntas inútiles les contesto que
no consumo, que solo fumo y que también maría y chocolate, si, pero eso no son drogas, joder, y que no
soy alérgico a nada. Me miran la tensión
y la garganta, los ojos, los oídos, todo como cuando estábamos en el colegio.
Mi sorpresa viene cuando
aparece la asistente social, yo pensaba
que si era una tía sería una bollera, con el pelo super corto y haciéndose la
enrollada, llena de piercings y con una camiseta de manga corta encima de otra
de manga larga, pero no, es una rubia que está mogollón de buena, con unos
taconazos que hacen mucho ruido. Cla, cla, cla. Tiene el pelo largo y
rubio, con rizos como muelles, y cuando me mira es igualita que la Pili Ramos,
la que se sentaba delante de mí en el instituto, que me hacía matarme a pajas y
que pasaba de mi cantidad. Solo que ésta
parece que se ha tragao el palo de la escoba.
-
Buenos días, Alberto.
-
Hola –
contesto.
-
Soy
Pilar –dice, y me tiende la mano, envarada.
-
¿Ramos?
–Pregunto.
-
No. Gil
– contesta moviendo los rizos con energía de izquierda a derecha. -¿Por?-Dice,
mientras levanta las cejas y retira la mano.
-
Nada,
nada. –Me río.-Eres clavadita a una Pili
Ramos que conocí.
-
Pues
no. Era otra.- Dice. Y se sienta más derecha en el
asiento.
-
No, no
es. –Pienso. Esta no tiene tetas.
-
Mira,
tengo aquí tus datos.- Me enseña una ficha.- Y bueno, además lo que me quieras
contar. No sé si sabes cómo va. Tienes que hacer la cama y limpiar la celda,
con tu compañero. Luego, a las duchas y a desayunar. Después del desayuno, se cierra la habitación
hasta la tarde. Puedes hacer gimnasia, ir a la biblioteca, o estar en el patio. O trabajar si hay un hueco en la lavandería,
el comedor, la biblioteca,… Lo que ganes se te ingresaría en el peculio y
cotizarías a la Seguridad Social. Si te interesa me dices.
Vaya coñazo de tía.
¿Qué se cree, que mea colonia? No, no
era la Pili Ramos, eso está claro. ¿Currar?
Cuando los burros vuelen, rubia, va a ser que no.
Día 3.
Se debieron de
reunir, y entre todos decidir que no era peligroso, porque me han trasladado al
módulo 2, el de los comunes. Mi
compañero de celda es como un alfiler. Todo cabeza. Se le marcan los huesos de la columna como si
fueran el espinazo de una vaca muerta, tiene las mejillas hundidas y la boca sin
dientes. El pobre diablo es feo como un dolor, carne de caballo.
-
Pasa, tío,
soy Rai.- Saluda. Las eses le silban
entre los huecos de los dientes.
-
Qué hay.
–Saludo yo.
La puerta se ha
cerrado con un ruido metálico. Las camas son literas, cubiertas con colchas
rojas. Veo que Rai ocupa la de
arriba. Mierda. Aparte de estar en una
celda tan pequeña, me toca la de abajo, más encerrado aún.
-
Colega,
¿me cambias la cama?- Tanteo.
Me mira. Le saco dos cabezas y dos cuerpos.
-
Pues te
la cambio por no empezar mal.- Me suelta, con las manos en los bolsillos.- Pero
es mejor para alguien delgao. Igual no
cabes.
Es verdad. Hay menos sitio entre la litera de arriba y
el techo que el hueco entre las camas.
Pues
dientes no tiene, pero huevos sí. Le he mirado de frente.
-
De
acuerdo. Te la quedas. – Así que voy a
dormir abajo.
Tenemos un armario sin puertas para dejar las
cosas y separados por medio tabique un váter y un lavabo canijo de metal. Sin espejo.
Rai me ve mirar la
taza.
–Sí. Hay que cagar ahí. Si hay naranja de postre,-explica- guárdate
la cáscara. La quemamos, para disimular
el olor.
Ladeo la cabeza y me crujo los nudillos.
-Menos mal que a
éste le cabe poca mierda dentro.- No puedo evitar pensar. No va a ser fácil.
Me acerco a la
ventana. Tiene reja, claro. Se parece a la de mi chabolo. Como son bajos, en el barrio todas las
ventanas tienen reja. Siento una punzada
al pensar en mi vieja y en la Rosa, pero bueno, no les sirve de sorpresa. Ya lo veían venir, aunque miraran para otro
lado cuando llegaban los billetes.
Dia 20.
Los días en la trena
son interminables, todos iguales. Los
que hicieron la mili dicen que se parece.
Hacer la cama, desayunar, patio, comida, patio, y luego celda otra vez. Un auténtico rollo.
Ayer, vino la rubia,
con sus rizos y su sonrisa congelada.
Cuando me propuso trabajar en la en la biblioteca dije que vale, que
iría. Por matar el tiempo, básicamente.
Abrió los ojos como
pelotas de tenis, se ve que no se lo esperaba, pero apuntó algo y asintió con
la cabeza. –Luego vengo a
buscarte.-dijo, y se fue moviendo el culo sobre sus tacones.
-Si no fueras de
hielo y te dejaras, en un vis a vis te fusilaba.- Murmuré, dándome la vuelta.
La biblioteca es un
cuarto con estanterías y libros desde el suelo hasta el techo. Menos en una pared, en la que hay una mesa con un ordenata viejo, una pantalla como
de tele antigua, con el fondo negro y letras verde fosforito, una silla y un
escritorio.
En el escritorio
está sentado Manolo el Fiestas. Cuando me saluda me pregunta si se usarlo. Pero no.
No tengo ni idea.
Encoge los hombros.
- Puedes colocar los libros que lleguen en su
sitio y buscar los que pidan los otros internos.- Dice señalando un carro con
una pila de libros.
Día 22.
Ya he
aprendido. Está tirao. No hay muchos libros que colocar, porque la peña
no lee mucho, así que tampoco hay muchos que buscar. Lo miro como usa el ordenador, que no tiene ni
internet. Solo lo de los libros de la
biblioteca. Me quiere enseñar, pero no entiendo nada.
-Que no, tío, paso.-Me escaqueo.
Para que me deje en
paz, me voy al fondo del cuarto. No los había visto, pero en la última
estantería hay tebeos.
Cuando era pequeño,
me llamaban Spiderman, porque trepaba por las tapias y saltaba las verjas,
sobre todo para escaparme del colegio.
Cojo uno, y le digo: -Oye, Fiestas.- Apúntame este, que me lo llevo a la celda,
¿vale, co? Levanta las cejas y me mira, sorprendido. Como cuando le dije que curraría en la biblio
a la Mari Pili de los tacones.
Le devuelvo la
mirada, indiferente, y observo como teclea el título en un cuadradito verde. Luego
se abre otro cuadrado.
Me pregunta mi
nombre, teclea Alberto Jiménez Clavería y sale mi número, el 10550. Como Gran Hermano, tío.
También me llevo el
tebeo porque no me apetece hablar con nadie.
Rai es legal, pero un poco brasas, así que si intenta darme la chapa haré
como que leo.
Día 50 (más o menos).
Es agosto. Llueve. No,
jarrea. No se puede salir al patio y estamos todos en el comedor. Matando la tarde a las cartas y al parchís. No juego bien, me cabreo si pierdo y no es plan, así que
vuelvo a la biblioteca, aunque ha terminado mi turno. Cojo otro tebeo y me
siento en el alfeizar de la ventana.
En la portada, Spiderman
escala un rascacielos de cristal y le salen hilos de tela de araña de las
muñecas. Eso sí que molaría, chaval.
Lo abro porque no
tengo nada mejor que hacer. Cuenta la
historia desde el principio. Le picó una
araña que le dio poderes, y ahora es un superhéroe, pero era un mierdas al que le pegaban en el
colegio.
A mí ni me
chistaban. Si acaso, el broncas era yo, si tenía que defender a mis colegas,
sobre todo. ¿Qué estarán haciendo, habrán trincado al Oscar?
Dia 60.
Hoy he
ido al gimnasio. Hay tormenta. Para
soltar adrenalina y mala leche me concentro en el saco de boxeo. - Me dejé
atrapar para que tú te escaparas, Oscar, cabrón.- Mascullo mientras doy
puñetazos.- Espero que con el pifostio
que monté no te cogieran. Izquierda, arriba. Paso atrás. Derecha, abajo. Paso adelante. Es como bailar.
- Que yo tengo una
agravante por agresión a un madero, para que tú te fueras de rositas.- le grito
al saco con otro puñetazo.
Suena un trueno
descomunal. El cielo se ilumina tras la
ventana del gimnasio que da al patio. Me
acerco mientras cuento. Un, dos, tres, cuatro... Está lejos.
Entre las rejas metálicas el relámpago ilumina en una ventana de la biblioteca, del barracón de
enfrente, una tela de araña perfecta y enorme,
adornada por cientos de gotitas de agua, que la hacen brillar como si
fuera un collar de diamantes.
Creo que no había
visto nada tan bonito nunca, joder.
¿Y la araña?
Día 61.
Me acerco a la
ventana y la busco. No la veo a primera
vista, pero ahí está, merendándose un mosquito, atrapado en su tela.
A ver, pequeñaja, como te llevo a mi
celda. –Le digo. Por supuesto, la ventana no se abre. Tendré que hacerlo otro día. Que ya es la
hora de cerrar. Y mañana no puede ser,
que es domingo. Como si aquí importara. Si acaso que es un día menos para salir del
trullo.
El lunes le digo al
Fiestas que tendremos que limpiar la ventana por fuera, que hay tierra de la
tormenta. Me mira como si le hablara en
chino. Se encoge de hombros.
Voy a buscar al
funcionario, Almagro, y le pido con mi mejor careto que me abra las ventanas
para limpiar por fuera. Alucina
también. Pero se va y vuelve con un manojo
de llaves. La llave de las ventanas es
pequeña y la cerradura solo tiene una vuelta.
Hubiera estado tirado abrirla, pero se habría roto y me hubieran
descubierto. Así que espero.
Me las abre de una
en una. Limpio. La cierra, y abre la siguiente. Tengo que encontrar una maniobra de
distracción para que no me vea coger a Ariadna.
Sí. Le he puesto nombre a la araña. ¿Qué pasa?
Almagro abre las ventanas en silencio. Es una
seta. No hay manera de hablar
con él. Así que
en la ventana
de antes, se me cae
la bayeta al
suelo.
Cuando abre la siguiente
aprovecho para aclararla en el agua y baja la
vista. Entonces, me escondo la araña en el hueco
de la mano, y noto cómo me hace cosquillas. El funcionario ha visto un movimiento
raro.
- Había una telaraña. –le explico.- Solo la quitaba.
- Había una telaraña. –le explico.- Solo la quitaba.
Me guardo con
cuidado la araña en el bolsillo del pantalón cuando no me mira y sigo
limpiando.
La ventana de la
celda no tiene llave. Rai observa con
curiosidad como dejo el insecto en el alfeizar y me mira cazar insectos para
nuestra nueva compañera. Ella se estira
poco a poco reconociendo su nuevo territorio.
Decidimos buscar
bichos en el patio también, pero con discreción. Ahora saldremos por turnos y
cuando no esté en la biblioteca, estaré en el patio buscándole comida a Ariadna. Claro que ella también caza sola.
Día 68.
En una semana ha tejido una nueva tela
preciosa. Ayer volvió a llover. Y las gotas de lluvia hacían brillar los
hilos como si fueran de plata.
Día
300.
Dice Manolo, que
mañana vienen a hacer una obra de teatro las presas de Yeserías. Iremos todos, menos
Rai, que está en la enfermería con neumonía.
Tiene una tos de perro, y unos silbidos en el pecho que ponen los pelos
de punta.
Tengo
curiosidad. Y ganas de carne de mujer. Aunque sean presas. Que a la Pili Rizos ya la
tengo muy vista.
Nunca he visto una
obra de teatro. Pero me explica Manolo
que va a ser en el salón de actos y me pide que le ayude con los cambios del
escenario. No sé qué es eso, pero le
digo que sí, porque así lo veré todo más de cerca, y a lo mejor veo cambiarse a
las tías. Igual hay alguna que está
buena.
La obra se llamaba
El mito de Aracne.- le cuento a Rai, sentado en una silla al lado de su cama,
en la enfermería.- La Aracne es una chavala
que borda. Los bordados son guapísimos, pero la tía es una creída y una borde. Por eso, una diosa se disfraza de vieja y le dice
que baje los humos. La Aracne se pone
chulita y le dice que a ver quien lo hace mejor. Así que la diosa, que se llama
Palas Atenea, se pica y se pone a bordar ella también. Y hay otra diosa que también se mosquea por
lo que ha bordado la Aracne, le rompe el bordado y se la carga. De eso no me he enterao bien… Total, que la Palas Atenea, ojo cuidao con el
nombre, para chinchar a la otra diosa, que no me acuerdo como se llamaba, hace
que Aracne no se muera, sino que la convierte en araña y la castiga haciendo que
tenga que tejer toda la eternidad.
Cuando se ha
terminao la obra, nos han contao que la han escrito ellas, que viene de un
cuento antiguo, pero que ellas se enteraron de que existía por un cuadro de
Velazquez que se llama Las hilanderas que cuenta la historia. Y que Spiderman es una versión moderna.
No sé
si se habrá enterao de todo, pero algo sí.
Porque cuando se lo contaba, Rai me ha contestado, con su voz cavernosa:
-Pos
fíjate, qué casualidad. Que hayan venido a hablar de las arañas, ¿sí o no?
Le he prometido que
cuando salgamos nos tatuaremos una telaraña cada uno. Para escribir nuestra historia.
Dos años y un día.
Cuando la verja se ha
abierto, el segurata de la garita me ha saludado
con la cabeza. He salido solo, andando;
con mis botas militares, pantalón y
camiseta de tirantes negros, y una bolsa de deporte colgada del hombro. Nadie me
ha venido a buscar. Como no ha venido nadie en este tiempo. Rai palmó en
la enfermería. Ariadna, la araña,
también, pero antes se multiplicó por millones.
Fin del diario.
Una de las primeras
cosas que he hice al salir fue cumplir una
promesa: el tatuaje.
Me lo hice en la
cabeza, rapada. Al principio me daba
vergüenza, así que llevé gorra hasta que
me creció el pelo. En el invierno me
hice otro, en el hombro, por Rai. El
dolor de las agujas no importa, porque esas
arañas, que me acompañan siempre, me hicieron vivir mis mejores momentos
en la trena, me recuerdan quien soy cuando me miro al espejo y me hacen sentir
fuerte. El tatuaje es mi superpoder. Además ese día decidí que mi cuerpo sería como
el cuadro ese, de las hilanderas, y en el escribiría mi historia con
tinta. Por eso la tela de araña se
agranda. Una vuelta más cuando me casé, otra cuando tuve a los churumbeles,
otra cuando se murió mi vieja, ya me
baja por el cuello, y se va a juntar con
la telaraña de Rai.
Hoy estoy contento. Mis críos crecen. La Rosa se ríe y se le dilatan las pupilas cuando me
acaricia el tatuaje. Está preñada otra vez.
Tiene un culo enorme y cada vez se parece más a mi suegra, que mala suerte.
Ya no me deja que la toque así que sueño
despierto con rizos rubios, no sé si de la Pili Ramos o de la asistencia
social.
El subsidio se
acaba, pero con una nueva boca que alimentar, a lo mejor nos dan algo. Y el Oscar
ha salido del talego también. Luego le
veré. Mañana voy al paro. Me ha dicho el
Fiestas, que también ha salido del trullo, que hay una chica nueva en el Inem. Joven.
La vacilaré. A ver si es rubia.
La propuesta era hacer un relato de 3000 palabras. La cosa se va complicando... Espero que no os resulte muy largo.
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