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Mostrando entradas de enero, 2020

El diario del hombre araña

Dia 1. La lechera frena. Se escucha un chirrido de puerta metálica y el cri cri de los grillos en el secarral. Pasamos otra verja.   Desde la ventanilla leo en   un muro de ladrillo: “Centro penitenciario Madrid I” , en letras mayúsculas atornilladas a la pared. Me han traído aquí porque esta cárcel es para jóvenes. - Para que no me institucionalice , dice el juez. No se qué quiere decir, pero vaya puta mierda, mi madre y mi novia, la Rosa, van a tenerse que hacerse 300 km en el bus para venir, así que me voy a comer los mocos, fijo que no vienen. El segurata de la garita que levanta la barrera y nos deja pasar saluda con la cabeza al madero que conduce.   A mí no. Soy invisible. Me quitan la cartera, mi ropa, y el móvil, me obligan a ducharme y   me cachean en bolas. -   Pero que voy a llevar, ¡que no llevo nada! ¿Qué creéis? ¿Que llevo droga en el culo? ¡Que estaba robando una tienda, ostia!-Me revuelvo. Me dan con una porra en los huevos. ...

El círculo se cierra

En las tardes de verano me sentaba en el umbral de la puerta de la casa a esperar su regreso.  Primero oía ladrar a Bruno, en la lejanía, luego escuchaba a las ovejas balar, anunciadoras de que el rebaño pronto asomaría por la cuesta, con el perro alrededor, agrupándolas, y la silueta oscura del pastor, con su gorra calada.  Entonces, bajaba corriendo por la cuesta y les acompañaba a encerrar las ovejas en la paridera.  Al volver, la subida era empinada, las fachadas aún se vestían de piedra y las calles bullían de niños, balones y bicicletas.   El pastor, -mi abuelo Claudio- nunca había salido de la provincia, y no concebía otro lugar donde vivir que el pueblo que lo había visto nacer.   Ni siquiera había hecho el servicio militar, al ser descartado en el reconocimiento médico por una infección del oído mal curada que lo dejó sordo. Hoy, al regresar, los ojos se me empañan con el recuerdo de sus venas azules, ríos que regaban sus manos grandes de árbo...