Todo al 15 negro
Daniel Salvatierra entró en el salón de
juego con paso decidido. Cambió el dinero por las fichas, y se dirigió atento a
la mesa de la ruleta, sopesando la posibilidad de que esa fuera la última vez.
La rueda de la fortuna le recibió con su
baile circular, ajena a la veintena larga de ojos ávidos de que se parara en el
sitio donde estaban depositadas sus ilusiones e indiferente a los negros
pensamientos de Salvatierra. La bola bailaba despreocupada, y acariciaba
las casillas en su coreografía,
provocando suspiros, lamentos y risas en el público entregado.
La croupier saludó a Daniel con una leve inclinación de cabeza.
Todos en el casino le conocían, dejaba
buenas propinas y era un jugador habitual, prudente, educado. No levantaba sospechas, unas veces ganaba,
otras no.
Sin embargo, esa noche una niebla
invisible flotaba en el ambiente. Era su
última noche en Francia, había liquidado su cuenta corriente, y llevaba en la
billetera un cheque con 30000 francos, que le
quemaba como brasas ardientes y suponía su carta de libertad, su mejor apuesta para escapar de sus enemigos.
En el bolsillo interior del chaleco, junto al reloj de bolsillo, dormía una cápsula de cianuro. En caso de la
jugada no saliera bien, sería su única salida.
No debía permitir, bajo ninguna circunstancia que eso ocurriera. Tenía
pánico a que intentaran hacerle confesar.
Había visto demasiados interrogatorios para que no se le helara la
sangre ante la mera posibilidad de afrontar uno.
Como un fogonazo pasaron por su cabeza
el recuerdo de Rose Marie y de la pequeña Danielle, la noche
anterior. Puede que no volviera a verlas.
La despedida, tantas veces repetida en
la puerta, con una caricia en el pelo a la niña, que que impregnaba su mano de olor a bebé y un beso en los labios a Rose Marie
que le decía:
Hasta mañana.
Hasta mañana- contestaba él, mientras
se daba la vuelta para no mirarla directamente a los ojos, ante la
imposibilidad de un futuro incierto.
La ruleta empezó a girar más despacio, las
bocas enmudecieron, y la mirada azul de la croupier se perdió en sus pupilas,
mientras la bola, suspendida en el tiempo, caía lentamente en el 15 negro, su
casilla, en la que un minuto antes, en un último alarde, había depositado su
porvenir, entre murmullos de sorpresa y cuchicheos sobre la elevada cuantía de la apuesta.
El circuito cerrado del casino, había observado todos sus movimientos. Los guardas de seguridad, esperaban a Daniel Salvatierra en la puerta, que los reconoció cuando se disponía a marcharse tras cambiar de nuevo las fichas por billetes que auguraban playas infinitas, veranos interminables y mares en calma.
El circuito cerrado del casino, había observado todos sus movimientos. Los guardas de seguridad, esperaban a Daniel Salvatierra en la puerta, que los reconoció cuando se disponía a marcharse tras cambiar de nuevo las fichas por billetes que auguraban playas infinitas, veranos interminables y mares en calma.
Ante la imposibilidad de escapar, Daniel cambió
de dirección. Se dirigió tranquilo al
bar, mientras la muerte latía en su puño cerrado.
Buenas noches, Maxime. –Saludó al barman. –Póngame un
bourbon con hielo, por favor.
Enhorabuena, señor Salvatierra, una
buena mano en la ruleta- le felicitó el camarero mientras le servía.
Si, una buena mano, -repitió en un
susurro. Se metió el veneno en la boca,
dio un golpe con el vaso en la barra que hizo temblar los cubitos de hielo y apuró
el contenido de un trago.
El relato de esta semana debía tener el siguiente argumento nunca escrito por Chejov:
ResponderEliminarUn hombre acude a jugar al casino, y esa noche gana una fortuna. Recoge las ganancias, regresa a su casa y se suicida.