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Uno de los recuerdos que conservo de
cuando era pequeño, a comienzos de siglo, es el de un anciano que llevaba
pantalones hasta la rodilla y medias de estambre, y que solía andar cojeando
por las calles de nuestro pueblo con ayuda de un bastón.
La subida era empinada, las casas aun se
vestían de piedra y las calles estrechas de tierra. El señor Anselmo
nunca había salido del pueblo que le había visto nacer, y no concebía la vida
en otro lugar. Ni siquiera había hecho el servicio militar, pues lo llamaron
a filas cuando empezó la guerra de Cuba, y fue descartado en el reconocimiento
médico por ser sordo desde la infancia y cojo, batallita que contaba a sus nietos, sin
que le prestaran atención, por ser una cantinela mil veces repetida.
Hoy, que regreso para completar la
compraventa de la casa familiar, noto su ausencia. Recuerdo el dolor en
la nuca de sus collejas de mano de árbol, en la iglesia, que repartía
inmisericorde a la par que susurraba:
-Schh.
También las peladillas, que nacían de
sus bolsillos, pegajosas, ofrecidas cuando venía casa a buscar al abuelo, al que yo avisaba desde el portal a
voz en grito:
–¡Qué ya viene el señor Anselmo!
Casi me ha parecido verlo al
pasar, apoyado en una vara, de tertulia con los vecinos en la plaza, hablando del
tiempo, de la cosecha y del precio del trigo.
En
este día de invierno el pueblo me parece una cáscara vacía sin ellos, que
vieron el inexorable éxodo a la ciudad de los años sesenta, la siguiente
generación, que emigraba a la ciudad sin volver la vista atrás. Solo
me queda el consuelo de que los hijos de otros disfrutarán de sus calles, sus
historias y de mi casa, que no se perderá para siempre.
Los compradores de la casona han recorrido
de vuelta el camino que nuestros padres hicieron. Es lo
suficientemente grande para utilizarla como vivienda, y alquilar habitaciones a
los incipientes turistas. Dicen en el pueblo que piensan abrir un supermercado, que se abastezca de los productores locales. Yo, la verdad, tengo
mis dudas, no sé si es el cuento de la lechera o, -eso espero-, un proyecto
viable.
Aparco en la cochera, ensimismado.
Cuando me acerco vislumbro los ojos azules del señor Anselmo en la mirada de su
bisnieto Alejandro, y una mano ancha, de árbol joven, que
estrecha con fuerza la mía.
El círculo se cierra.
El círculo se cierra.
La propuesta de hoy era elegir un comienzo. El mío es este, de "El destino de la carne" de Samuel Butler.
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