EL HOMBRE ARAÑA
El Hombre Araña esperaba sentado en la fuente de mármol seca blanca que había dentro de la oficina. Le llamábamos así porque llevaba una telaraña tatuada en el cráneo rapado que le ocupaba media cabeza y le bajaba por el hombro derecho hasta la muñeca. A mí, en particular, me causaba miedo y fascinación a partes iguales. Cuando llegaba, la sala de espera de la oficina del paro, normalmente bulliciosa, se volvía silenciosa de repente. Venía a cobrar el subsidio de desempleo al que los presos tienen derecho si no tienen recursos económicos cuando salen de prisión. Tenía pinta de líder. Como el Malamadre de Celda 211. Los demás presos venían en grupos, no se atrevían a venir solos, venían juntos como para protegerse de un papeleo que no entendían. Este no. Alberto Jimenez Clavería, -alias Hombre araña- venía solo. Piernas abiertas, brazos cruzados. Mirada desafiante. Su estrategia era alborotar, amedrentar al gallinero, para que le atendiéramo...