Cuando las barbas de tu vecino veas pelar...
Volvemos a casa del camposanto,
protegidos de la lluvia con los paraguas, en una triste procesión que pinta de
negro la carretera. Acaban de enterrar
al tío Juan, el Chato, y, como de costumbre, ha ido todo el pueblo. He ido hasta yo, su eterno enemigo durante
sesenta años, aunque me haya quedado en la puerta del cementerio.
Sesenta años peleándonos por las tierras, por los turnos del agua, en el ayuntamiento… Viene de lejos nuestra guerra; uno en cada bando entonces y ahora, y mira por donde, mis nietos y los suyos se ajuntan, me hierve la sangre, cuando los veo, tan campantes, alternando en el bar y haciendo el tonto todo el día. Cuando tenía yo sus años ya estaba harto de acachar el lomo y éstos haraganes, con dieciséis abriles ni trabajan, ni estudian, pasan el verano mano sobre mano y aun tienen el cuajo de pedir la paga los domingos. Les daba yo con la vara, como a las vacas.
El caso es que al Chato lo han estado velando las mujeres toda la noche en su casa, y me ha dicho la mía que lo han amortajado vestido de baturro. Que decía el finado, que cuando se muriera, querría ir de modo y manera que lo reconocieran, sobre todo los que hace tiempo que no le ven, y que qué mejor, que ir uno como iba siempre vestido antaño, por lo que no consintió que le compraran un traje nuevo, si acaso la camisa; pero el fajín, y el pantalón y el cachirulo no, que le pusieran el de los días de mudar.
Así que sí, sus hijas y su nuera, –porque la Nati, que en gloria esté, hace mucho tiempo que lo está esperando en el otro barrio–, le han vestido con las medias de garbanzo, alpargatas nuevas, calzón de algodón y encima el negro; camisa nueva, chaleco, y el fajín y el pañuelo de la cabeza a conjunto. Se ve que no se ha ido al infierno con las alforjas y la manta por no llevar tanta parafernalia en la caja o por no pasar mucha calor en un sitio tan estrecho.
A lo que voy, que no me hago a la idea de ir a echar la partida a Casa Matutes y que no esté el Chato, aunque no nos habláramos. Que era entrar yo y golpear él con la gayata el suelo de madera. Y entonces levantar yo la vista y mirarle fijo a los ojos, pues aquí estoy, ¿qué te has creído?, ¿qué no te he visto? Y mientras él jugaba con los suyos al guiñote, nosotros al dominó, cada uno pendiente de si el otro ganaba o perdía, para poder decir:
–Ya ha perdido el Molinero– él,
Y yo,
–Ya ha hecho trampas el Chato.
Eso desde que se calmaron las cosas y pudimos estar los dos en la misma habitación, que viene a ser desde las primeras elecciones locales, cuando él se presentó por el PSOE y yo por Alianza Popular, en el 77. Antes nada. No nos quedaron más narices que compartir desde entonces Pleno en el Ayuntamiento y noches electorales cada dos por tres, con la tontada de votar a todas horas, como hoy, que votamos la entrada a la Comunidad Económica Europea, que dice el paleto del Felipe González que es la hostia para España y que nos van a dar ayudas para el campo, y su Sancho Panza, Alfonso Guerra, que a este país no lo va a conocer ni la madre que lo parió, que vamos a ser como Alemania y Francia.
Pues ya veremos, que yo alemán no quiero ser y franchute menos. Soy español, a mucha honra, y ninguna falta hará que me entierren vestido de titiritero allá donde vaya para que me reconozcan. Eso sí, ya he apartado el dinero para las misas de funeral; mis hijos y mi santa ya saben, –y en el testamento dicho queda–, que si no las ofrecieran por mi alma, la misa de la semana, la del mes, y la del año, hasta diez, desheredados están y en el infierno los esperaré cuando llegue mi hora.
Este es de género histórico. Leí que cuando España iba a entrar en la Comunidad Económica Europea Alfonso Guerra dijo que a España no la iba a conocer ni la madre que la parió. De eso y del enfrentamiento en los pueblos durante años en poblaciones pequeñas de personas que estuvieron en bandos opuestos en la Guerra Civil va esta historia.
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