Golpe de Estado
−¡Se sienten, coño! ¡Al suelo todo el mundo!
Así
irrumpieron en el Congreso el coronel Antonio Tejero y sus secuaces con sus
tricornios y sus mostachos. Eso es lo
que se vio también en el circuito cerrado de las cámaras del Congreso, seguido
por dos tiros al aire, impactando dos balazos en los frescos del techo. Por
supuesto, los Diputados obedecieron, asustados por los tiros, todos menos el general Gutiérrez Mellado, el
Presidente Suarez, que acababa de dimitir y Santiago Carrillo, que, en
apariencia tranquilo, se fumaba un cigarrillo desde su escaño, convencido de
que le iban a pegar un tiro el primero.
Los golpistas estaban nerviosos, muy nerviosos, apreciaron los diputados
desde el suelo, y eso se apreciaba también en las carreras de los pasillos, la
cafetería, desde donde yo atendía la barra, y hasta desde el baño, donde un
grupo de diputados y periodistas, permanecieron escondidos durante diecisiete
largas horas[i].
Nada
nuevo bajo el sol, a mi no me sorprende tanto, un corto periodo democrático, y
el Borbón, como ya había pasado con su abuelo Alfonso XIII, y su cuñado en
Grecia, apoyando una nueva dictadura, para que nadie eche de menos al viejo, y
los demócratas otra vez al exilio y a la cárcel, previo fusilamiento de los
elementos más molestos. Ya solo le afeaba
el panorama su padre, D. Juan, que desde Estoril maquinaba derrocarle con
Alianza Democrática, derrocarle aunque los años y la distancia hicieron que
desistiera. ¿Qué esperaba? Había enviado a Juanito a España con solo diez
años, solo, rodeado de afines a Franco, y encima el favorito de D. Juan era
su hermano Alfonso. Desgraciadamente una
bala perdida acabó con su vida.
De todas formas, ¿las urnas sirven para algo?
Seis años de vida parlamentaria me demostraron que no. Mucho carajillo en el bar y muchas miradas
torcidas entre los adversarios políticos, aunque aparentemente todos jugaran
conforme a las reglas establecidas, ahora sabemos que con las cartas marcadas.
−Tú,
el del bar, que haces ahí mirando, deja de limpiar vasos que no va a venir
nadie. Al pasillo. Con las manos en alto.
Ese
fue mi último día de trabajo en el Congreso. Terminé
abriendo un bar en la Carrera de los Jerónimos que se llamaba Los Leones.
Por
lo demás, mis presagios se confirmaron.
Casi otros cuarenta años de dictadura, maquillada, eso sí, con un
Gobierno dependiente directamente del Rey, con una marioneta de
presidenta, Belén Esteban, que le ríe
las gracias al monarca, y menea sus caderas al compás de la coleta.
Todos
esperando que el Jefe del Estado se muera en la cama, o en un accidente de
caza, o en una regata,… El hijo paseándose por los salones de media Europa mientras se rumorea que preside la nueva Plataforma Democrática para proclamar
la III República ¿Otra vez las dos Españas?
Si Ortega y Machado levantaran la cabeza… inmediatamente, la volverían a
bajar.
La propuesta de esta semana era una ucronía, plantear un cambio en el pasado por el que el presente es distinto. Espero que os guste.
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