Por el ojo de la cerradura
Vió un pasillo de baldosas blancas y negras, como un tablero de ajedrez, y una puerta enfrente, idéntica a la de su habitación, y el pasillo que giraba a la izquierda.
Intentó abrir la puerta otra vez, pero estaba cerrada. Entonces gritó:
- Hola, ¿Hay alguien? ¡Dejenme salir!
Escuchó una voz desde el otro lado del pasillo que le preguntaba:
- ¡Hola!¿Eres nueva?
- Soy Alicia. No sé qué hago aquí. Me he despertado y estaba encerrada en este cuarto. ¡Sáquenme de aquí! – Gritó, golpeando la puerta.
- - Alicia, ¡Eres tú! Nos han encerrado a todos, te estábamos esperando. Nos tienes que rescatar.
- ¿Qué quieres decir? Creo que te estás confundiendo. No sé quién eres.
- ¡Estúpida!- Dijo la misma voz. Soy el conejo blanco, parece mentira que no nos conozcas. Llevamos meses esperándote. Tranquilízate. Busca como salir y sácanos. ¡Eres la protagonista de nuestro cuento!
Alicia miró a su alrededor. Una cama pequeña en un rincón, una silla, una mesita al lado con un vaso de agua y dos pastillas. Una blanca y una azul. Las paredes lisas, encaladas, el suelo de damero, igual que el del pasillo y un ventanuco alto cerrado con una reja.
Movió la cama hasta la ventana y se subió. De puntillas llegaba a asomarse un poco. Daba a un patio interior. Contó las ventanas. Ocho. Dos por lado. Intentó mover la reja, que no cedió.
- - ¿Podéis asomaros? ¿Puedo veros?
Se fueron asomando a las ventanitas una anciana disfrazada con una corona, un tipo despeinado que llevaba un sombrero, un chico con dientes de conejo y un reloj de bolsillo, un hombre de mirada felina y sonrisa irónica…
¿A qué le sonaba todo eso?
Estaba muy cansada. Masticó un trocito de la primera pastilla y le pareció que crecía. Entonces chupó la azul recuperando su tamaño normal. Guardó el trozo que le quedaba de la pastilla blanca en el bolsillo de su vestido celeste, acercó la mesita a la puerta, se sentó encima, y se tragó la píldora azul. ¿Encogería lo bastante para salir por el ojo de la cerradura?
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