Genarona
Hola. Qué guapa estás en la foto. De baturra, que te encantaba. Si te digo la verdad, tampoco he venido de propio, pero tenía que venir de todas formas, qué es un no parar, y eso que del entierro me suelo escaquear, el tanatorio y ya. Pero es que te tenía una visita pendiente.
No nos pudimos despedir cuando te fuiste. Nos llamaron por teléfono para decírnoslo. Estábamos viendo en la tele La Mosca, una peli mala de miedo. Nos quedamos levantadas hasta las tantas llorando sin consuelo, mi madre, mi hermana y yo. La noticia de tu fallecimiento nos parecía una pesadilla, tan irreal como la película. Nos pilló de sorpresa, -¡si parecía que estabas mejor!- y no podíamos venir desde tan lejos. Era muy caro, y de todas formas no habríamos llegado a tiempo.
Te queríamos mucho. Eras como nuestra segunda madre. Lo sabías. También que eras el pegamento que unía a tu familia. Aún conservo el neceser que me regalaste por mi cumpleaños cuando tuve edad de empezar a echarme potingues, hace treinta años. No lo pienso tirar, es de plástico, así que aguantará.
Mi madre te echa mucho de menos también. Eras su mejor amiga, como su hermana. No lo dice, -ya sabes lo dura que es- pero se le nota cuando habla de ti. Cuando te contó que estaba embarazada del pequeño le dijiste- Cosas peores hay.- Te acababan de diagnosticar la enfermedad.
Ojalá pudieras vernos ahora, que ya no somos esas adolescentes pedorras, hasta ese pequeño se ha hecho mayor. Tengo la misma edad que tú entonces. Pero no te recuerdo enferma sino fuerte, vital, tus ojos risueños, tan azules y el pelo rizado intacto. Me viene a la cabeza ese jersey rosa tejido a mano que me dejaste aunque me quedaba enorme … tus natillas con galleta y tu arroz con leche, que hacías porque a Pedro le gustaba; o que siempre nos traías la merienda, si venías de visita. Así te recordamos todos, tía Genara, Genarona, como te llamaban en tu pueblo, tan generosa, tan grande, como la huella que nos dejaste.
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