El señor de las moscas


Me despierto sobresaltado. Laura aún duerme, vuelta hacia la ventana, así que me levanto sin hacer ruido.  Los niños también están dormidos.  Hoy no se mueve ni el perro. Y encima se ha ido la luz…
- Pues no me voy a duchar a oscuras y con el agua fría.- Murmuro con fastidio.
Tampoco me puedo hacer el desayuno. Me asomo a la terraza de la cocina, mientras mojo una magdalena en el café frío de ayer.  Asqueroso.  Lo tiro por la fregadera.  Las farolas  están apagadas, la luz rosada del amanecer disfraza una extraña quietud.
El ascensor tampoco funciona, no debe de haber corriente en todo el bloque. Pensando que la que la puerta del garaje tampoco funcionará, decido no coger el coche y bajo por las escaleras.   En el portal, además de la basura y de las hojas que siempre se arremolinan esquivo unas cuantas moscas muertas.
Tendré que ir a trabajar en autobús, vaya mierda.- Pienso.-  Pero antes pasaré por casa de mis padres, qué mas da, si ya no llego… Miro el reloj.  Se ha debido de parar también.  ¡Qué raro! Marca las tres. No se ve un alma por la calle, solo montoncitos de cadáveres de mosca por todas partes.  La ciudad parece desierta. El aire se vuelve delgado, pesado, me cuesta respirar.  El móvil no tiene cobertura. Empiezo a sudar. A mares. Acelero el paso, voy casi corriendo, cuidando de no resbalarme sobre un suelo alfombrado de musca domestica que cruje bajo mis pies.
Al llegar a casa de mis padres, sin resuello, me aflojo la corbata y subo las escaleras de dos en dos.  Golpeo la puerta:
-¡Mamá! Soy yo, - digo desesperado.- ¡Abre, por favor!
No contestan.  Abro con mi llave.  Silencio absoluto.  No sé qué hora es, pero deberían estar en casa… ¿Qué cojones está pasando? Noto el cerco de sudor bajo las axilas empapando la camisa y la chaqueta.  Empiezo a temblar violentamente.
-         ¡Mamá!¡Papá! – Grito con toda la voz que me queda, mientras avanzo por el pasillo a grandes zancadas.  Abro la puerta de la habitación.  Están dormidos o… Los zarandeo.  No se despiertan.
¿Y Laura? ¿Y los niños, esta mañana? Me paso las manos por el pelo.  Tengo que volver.
Un dolor insoportable embota mis sentidos y no me deja pensar. Tengo que volver.
Consigo llegar al cuarto de baño. Me toco las mejillas, ásperas, sin afeitar. Adivino cercos oscuros bajo los ojos. No cae agua.  Tras un extraño borboteo el grifo del lavabo empieza a escupir dípteros a la pila. Una arcada con sabor a café sube por mi garganta.  Un revoltijo de restos de mosca y migas emboza el lavabo.  El olor acre del vómito lo inunda todo.  Levanto la cabeza.  Se me nubla la vista.  Dios mío.  Mi cuerpo choca contra el suelo con un golpe sordo. Me llevo las manos al pecho. No puedo respirar. No. Puedo. Respirar.

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