¿Dónde te metes?
Pequeñas
nubes blancas de algodón surcaban el cielo veloces. Darío Mendoza se dispuso a subir la
escalerilla del avión.
Tres personas más atrás en la fila de embarque el inspector Alcázar lo observaba discretamente
preguntándose por qué demonios tenía que ir él a Suiza habiendo jóvenes
entusiastas en la Unidad Central de Investigación a los que les hubiera
encantado hacer un viajecito.
Darío
también detestaba volar. El estómago se
le subía a la garganta, le sudaban las manos y le pitaban los oídos. Además tenía la sensación de que le seguían.
Arturo
Alcázar se sentó dos asientos más atrás que Mendoza, al otro lado del pasillo,
desde dónde le vigilaba discretamente, aunque sólo veía la cabeza del
sospechoso y su mano derecha aferrándose al brazo del asiento como si fuera un
salvavidas.
Marta
Ortega observó de reojo a su compañero de asiento y sonrió pensando que todo el
mundo tiene sus debilidades, a pesar de la pinta de tipo duro que tenía.
-
Buenos días- le tendió la mano- me llamo Marta. Marta Ortega.
Darío
Mendoza se giró sorprendido hacia su compañera de vuelo, desencajó la mano del
brazo del asiento y se la estrechó con cierta incomodidad.
-
Alberto Martinez.- Mintió. Ese viaje era de incógnito. Nadie debía saber su identidad.
Las
nubes de algodón que adornaban el cielo en el aeropuerto del Prat se habían
convertido en un monstruo implacable que zarandeaba el avión como si fuera una
cáscara de nuez en medio del océano. Las
luces parpadeaban, los carteles para abrocharse el cinturón estaban permanentemente
encendidos, e incluso las azafatas permanecían disciplinadamente sentadas en
sus asientos al lado del baño, con sus cinturones también abrochados.
El
único que parecía inmune a las violentas sacudidas era el inspector Alcázar,
que observaba impávido al resto de los pasajeros encajados en sus asientos
mientras repasaba una vez más en su portátil los documentos del caso; una
telaraña de sociedades dedicada a la exportación y a la importación de vinos,
ropa y antigüedades y una cantidad ingente de bienes inmuebles desperdigados
por todo el mundo. Sin embargo, el
origen del dinero era un misterio.
-
No se preocupe, - le dijo Marta a su compañero
de asiento para tranquilizarle- llegaremos en seguida.
Darío
asintió lívido. Una nueva sacudida le
hizo temblar.
Los
informativos de todo el mundo abrían al día siguiente con la noticia de la
desaparición del vuelo Barcelona Zurich JKH 325 a la altura de Munich, donde se
había perdido la conexión con la cabina.
Ni
el piloto ni el copiloto habían dado ninguna señal de emergencia y no se habían
encontrado restos del avión. Había
desaparecido del radar sin dejar rastro.
Los
días siguientes los programas de sucesos fueron desgranando las vidas y las
fotografías sonrientes de la tripulación y del pasaje. El piloto Helmut Schroeder, con más de
100.000 horas de vuelo, que ya pensaba en su jubilación, sus compañeros,- con
los que hacía todas las semanas el trayecto Barcelona-Zurich-Barcelona-, y un
variopinto pasaje cuyas fotos sonrientes no paraban de salir en todos los
programas de sucesos, en un carrusel lacrimógeno que alimentaría las
televisiones de medio mundo durante unos días.
Sí
apareció la fotografía de Marta Ortega, la conocida heredera de un imperio
textil, sin embargo nada dijeron de Darío Mendoza, exitoso empresario mexicano
que no había aparecido por su despacho en días.
Tampoco
hablaron del inspector Alcázar. Su
teléfono había dejado de dar señal justo a la hora de la desaparición del vuelo. Otras veces había llevado a cabo
investigaciones de las que no decía nada en casa, pero nunca durante tanto
tiempo, así que una pregunta taladraba a su mujer:
-
Arturo, ¿Dónde te metes?
Comentarios
Publicar un comentario