La penúltima
Será la última
vez, pensaste, y acurrucaste tu cabeza en el hueco de mi cuello, oliéndome el
pelo mientras me abrazabas, y bajabas el ritmo de tu respiración.
Te dejé
calmarte, te aparté un poco, te retiré
el pelo de la cara, te dejé en el suelo y me puse en frente de ti, con los
brazos en jarras.
-
Eso no se hace, Kira, te has comido mis
zapatillas otra vez. No han quedado ni
las plantillas. ¡Perra mala!
Agachaste el
hocico y escondiste la cabeza entre las orejas, con tu mejor cara de pena. Me tuve que girar para que no pudieras ver
que me estaba aguantando la risa, por lo que aprovechaste para huir
clandestinamente hasta tu rincón, arrastrando el rabo en señal de
arrepentimiento.
El duelo duró
cinco minutos, porque a mitad del trayecto encontraste un trozo de zapatilla
medio mordido y te lanzaste a por ella como si fuera un menú Estrella Michelin.
-
De verdad, es que no tienes remedio- te dije, y
te saqué el trozo de zapatilla de la boca. - No voy a volver a comprar
zapatillas en la vida, como no sean a prueba de perros. ¡Castigada sin cenar!
La única
ventaja de tener esta perra es que andar descalzo es buenísimo para los pies, y
que, como dice mi madre, nunca tienen que pensar en que regalarnos, unas
zapatillas de casa siempre nos vienen bien.
Cuando llegó
Paco saliste a recibirlo a la puerta, pero no tan efusiva como siempre, así que
cuando te acarició la cabeza, preguntó:
-
¿Qué te pasa, bonita?
-
Que le va a pasar, que se ha comido mis
zapatillas otra vez. Me voy a hacer unas
con su pellejo. Harta me tiene.
-
Bueno, Ana, no te pongas así, que tu cumpleaños
es la semana que viene…
Salí al
pasillo, para contestar y ahí estaba Kira, con los cables del mando de la
Playstation entre los dientes.
-
Pues nada, el tuyo no es hasta dentro de seis
meses. Me da que vas a echar mucho de
menos el FIFA hasta que cumplas los 35…
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