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Mostrando entradas de febrero, 2018

NOCHE DE GUARDIA

Hacía una noche de perros, como para estar en el sofá viendo la tele, tapado con una manta, resguardado de los gruesos copos que caen al otro lado de la ventana. Y no como nosotros, en medio del bosque, con los limpiaparabrisas a todo trapo para quitar la nieve de los cristales, acurrucados en el asiento, el gorro calado, el cuello del abrigo subido. Entonces escuchamos el ruido de un vehículo, y apagamos las luces y el motor para no ser descubiertos.  Vimos la furgoneta del guarda forestal desaparecer detrás del refugio y adivinamos el chasquido al cerrar la puerta delantera, sonidos de pisadas,  ruidos metálicos, paladas sobre la nieve.  Por lo menos habrá entrado en calor.- Pensé. - A mí se me van a congelar los dedos. Y me encogí un poco más, alerta.  Miré a mi compañero. Se había quedado dormido. No reconocí al conductor, que volvía sobre sus pasos y cargaba un fardo pesado, que arrastraba con dificultad, supongo que hasta el agujero recién cavado en la nie...

LA DAMA DEL ABANICO

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Soy un abanico. Mi esqueleto es de varillas de hueso labrado y estoy vestido con un país [1] de seda granate, con delicadas flores pintadas encima.  Vivo en el Museo del Traje de Madrid, permanentemente expuesto en una vitrina, junto a una reproducción del cuadro “La dama del abanico” del que formo parte.  Cada día oigo a los guías del museo contar mi historia oficial.   Cuentan que pertenezco a una dama de la burguesía que cada tarde esperaba en la Catedral de Durango a un apuesto militar, mientras se abanicaba frenéticamente para espantar a otros posibles pretendientes,  dando a entender que estaba comprometida. Una tarde, el soldado no apareció. La dama lo esperó; nunca se casó.  Veinte años después recibió la noticia del Ministerio de Defensa de la trágica muerte de su amante. Cuentan los guías del museo, con voz queda, que nadie volvió a verla jamás, y que el capellán encargado de cerrar la Catedral siempre se apura en marcharse, y procura no queda...