AVENTURAS DE COLORES
Tendría unos cinco años, y la tía Rosario vino de visita. Y me regaló un cuento. Era un cuento pequeñito, troquelado, donde la
protagonista era una azafata de vuelo, con un uniforme azul. Debió de ser mi primera aventura. Me fascinó. Y entonces decidí que cuando
fuera mayor sería azafata, para conocer muchos sitios distintos.
Solía leer en mi habitación, tumbada en la cama -gemela de
la de mi hermana- los sábados y los domingos por la mañana, acurrucada en el
hueco de la cama plegable, mientras el sol se filtraba por los agujeros de la
persiana, sobre las nubes blancas y los girasoles amarillos del papel pintado del
cuarto.
Después de aquel cuento leí muchos más.
En el colegio, cada clase hacía una pequeña biblioteca con los
libros comprados entre todas las alumnas en Septiembre. Los viernes elegíamos
un libro y, en junio, cada una se
llevaba el suyo, o los sorteábamos, no me acuerdo bien. Creo que uno mío se
llamaba Aniceto el Vencecanguelos, que en cada capítulo tenía que superar un
miedo distinto, como ir de noche a cazar gamusinos…
También recuerdo a mi vecina Mari Carmen, más mayor, que nos
fue regalando todos los libros que tenía de cuando ella era pequeña; la
colección de Los Cinco, la de Torres de Malory, … y así vivimos aventuras en
los bosques y playas, y fuimos pasando cursos en un internado inglés. Mari Carmen nos hacía pasar a su casa, sacaba
los libros, tesoros escondidos, y nos daba uno a cada una. Ahora me parece que
incluso respetó el orden de las colecciones.
Siempre esperábamos ansiosas a ver que tocaba esa vez.
Una versión del Quijote en comic también fue un regalo de
una profesora, la señorita Luisa, aunque puede que nunca lo leyera. En casa
siempre había cuentos y tebeos, de Zipi y Zape,
Rompetechos, Esther y su mundo, los Hermanos Grimm; esos mini cuentos con castillos cuajados de ventanas
y puertas que se abrían, llenos de dibujos, con historias de princesas, hadas,
brujas y duendes, y las tapas duras, de colores, perfectos para llevárselos a
la cama. Y viajar en sueños, como la
azafata Ana, que me enseñó a volar.
Papel de girasoles y sol entrando por la ventana en invierno...hace infancia...
ResponderEliminarTu versión tendría a Hilda la gallina como protagonista, ese cuento de tapas rojas, de la gallina rebelde que se escapó para que no le quitaran sus huevos y que era tan valiente que se atrevió a cruzar la carretera
ResponderEliminarGallina super intrépida
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