ANTES DEL AMANECER

Se despertó de madrugada.  Mucho antes del alba, de que el cielo se tiñera de rosa y de que el sol asomara por el horizonte.  Estaba entumecida, aterida por el frío de la mañana.  Así que se estiró mientras bostezaba, miró a sus cachorros dormir plácidamente, acurrucados juntos, y se levantó sigilosamente, alejándose deprisa sin hacer ruido.

No le gustaba dejar a sus hijos solos, tan desvalidos aún, pero no le quedaba más remedio.  Solo sería un momento.  Tenían que comer. La leche se le había retirado ya, y ella también tenía hambre, un agujero negro, que se agrandaba por momentos,  que le hablaba desde las tripas y  que tenía que apartar de su pensamiento para concentrarse. Dejó de correr. Se detuvo un momento adecuando sus ojos a la oscuridad, alerta, escuchando.  No oía nada, no veía nada, pero sus pasos eran firmes, su instinto la guiaba.

Tensó los músculos de las patas y empezó a correr en dirección al rio, serpenteante, casi seco, guiada por el aroma almizclado, de una manada de gacelas que flotaba en el aire. En esa manada, delante de ella, estaba su desayuno.  La alcanzó poco antes de llegar a la orilla.  Ellas también la habían olido, y corrían inquietas, desordenadas, protegiendo a sus cachorros, huyendo. 

Una cría rezagada, un poco alejada, trastabillaba un poco.  La leona no lo dudó, frenó en seco, enderezó el rumbo, y, allí, entre los matorrales, la atacó sin piedad.   Con un leve temblor la pequeña gacela dejó de moverse. Se la llevó arrastrándola con la boca, y la depositó cuidadosamente, en el promontorio  donde sus cachorros aún dormían.  Los despertó, mordisqueándoles las orejas, lamiéndoles la cara.  El resto de las leonas, los leones, las  hienas, pronto aparecerían a por su ración.  Esperaba poder comer un poco ella también. La carrera la había dejado exhausta. Levantó de nuevo la cabeza, oteó el horizonte. El día ya clareaba, aunque la bola de fuego no se veía aún.   De un bocado, arrancó un trozo de carne, se tumbó junto a sus pequeños , y mientras masticaba,  entornó los ojos, y observó al sol naciente  derramar su reflejo en el cauce del río.  




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