ANA

Bucear en el lago que había al lado de la casa había sido el pasatiempo favorito de los niños del pueblo, pero desde que Ana se ahogó aquel verano, ya nadie se atreve, y la casa permanece cerrada a cal y canto.  Solo se escucha el ulular del viento azotando las contraventanas y a veces, extraños crujidos en los tablones del embarcadero.  Y si alguien observara con detenimiento, cada noche de San Juan podría ver el humo de una hoguera, las huellas de unos pies mojados sobre la madera carcomida y las ondas del lago tras la zambullida de una niña, que, sospechosamente, se parece muchísimo a Ana. 

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