ÁGUEDA
Águeda se puso muy pálida y no contestó. Casi no pronunció palabra en las semanas siguientes. Tan solo bordaba sentada junto a la ventana, porque al contar los puntos evitaba pensar y el sonido de las maderitas de boj apaciguaba su espíritu. Una tarde, ensimismada en sus negros pensamientos se descubrió maquinando su venganza. Escondería semillas de escaramujo entre los bordados, para que se pincharan con ellos y no pudieran dormir. La inocencia de su venganza le hizo sonreir y una lágrima escapó por su mejilla. No, no podía hacerle nada malo a su hermana, aunque sintiera que la había traicionado. Entonces tuvo una idea mejor. Se puso su vestido de tarde lila, y se colocó el sombrero a juego, un poco ladeado y lo sujetó con horquillas al cabello, para que no se moviera. Se giró un poco para comprobar en el espejo que las horquillas no se veían y se pellizcó las mejillas, para darles un poco de color. Se subió a una silla y cogió de encima del armario un c...